Es el segundo barrio más nuevo, después de Puerto Madero, y el último en ser declarado formalmente como tal. Tiene muchas particularidades en la traza de sus calles y su nomenclatura. Sus calles son tan angostas que no pasan colectivos ni hay muchos árboles sembrados. Pero se fomenta la vida social y deportiva.

El barrio de Parque Chas es uno de los más nuevos que tiene la Ciudad de Buenos Aires. No solo fue declarado como el barrio Nº48 en 2005, sino que su propia fundación se dio bien entrado el Siglo XX. Después de Puerto Madero, es el segundo más joven en el territorio porteño.                                                          

Los orígenes se remontan a 1925, cuando la familia Chas, que tenía varios “minifundios”, optó por crear un “barrio-parque” en la parcela delimitada por las hoy La Pampa, Triunvirato y Constituyentes, de perfil residencial, y con algunas particularidades que lo distinguieran. El 29 de septiembre de 1925 el Consejo Deliberante de la entonces Municipalidad de Buenos Aires autorizó el loteo de esa vieja quinta. Décadas después, se transformó en el “Día de Parque Chas”, de manera que este pintoresco barrio de la Comuna 15, vecino de Villa Urquiza, cumple hoy su 96º aniversario. “La idea de un barrio-parque, se usaba mucho a principios del Siglo XX en Europa, como contraposición a la ciudad industrial que era tóxica y hacinada. En este proyecto, por el contrario, se buscaban lugares tranquilos donde la gente fuera solo a vivir, y por eso Parque Chas es netamente residencial. Está pensado para que no sea un lugar de paso, sino para quedarse”, relata Magdalena Eggers, arquitecta y especialista de la historia de esta área residencial porteña. El mayor elemento distintivo de Parque Chas, para propios y extraños, es el trazado particular de sus calles, que no respeta la estructura de manzana tradicional que tiene Buenos Aires. Para ello, dice Magdalena, se debió pedir un permiso especial. El objetivo fue precisamente reforzar esta idea de que el nuevo barrio tenga un formato de “pueblo”, en el que solo estén sus moradores. Así se fue diseñando una estructura que tiene calles que viran su sentido, sin respetar algún modelo de paralelas y perpendiculares, salvo excepciones. La nomenclatura de las calles son otra curiosidad: siguen nombres de ciudades. Eggers afirma que se desconoce cuál es el motivo, pero esboza una teoría. “Como la mayoría de los habitantes eran inmigrantes europeos, poner nombre de las ciudades de Europa era una forma de que se pudiera recordar la reminiscencia de sus orígenes, incluso con ciudades medievales muy inmersas en la cultura de ese continente”, afirma.

Otro detalle particular es el ancho de sus calles: el cual es de 10 metros y no de 17 como es habitual en Buenos Aires. Esto condicionó fuertemente el futuro del barrio: nunca hubo un prominente arbolado, por lo angostas que resultaban las aceras, y tampoco se permitieron los vehículos de gran porte. Por ello no pasan líneas de colectivos en Parque Chas: para abordar uno es necesario caminar a avenida Triunvirato, De Los Incas o Constituyentes, dependiendo el destino. Lejos de ser un problema, esto implica un atributo positivo para los vecinos, que han resistido la instalación de paradas de una línea de colectivos en los años 80 por esta razón.
Por esta forma de relacionarse, lo social juega un rol clave en este barrio. “Hay muchos colectivos sociales que no se ven en otros, siempre anteponiendo el interés colectivo y la solidaridad. Se mantienen las casas bajas, lo que da un vínculo de familia. Y hay mucho festejo en la calle, en Fin de Año por ejemplo”, indica Carlos “Lito” Grisafi, director de “El Colectivo de Chas”, un centro definido como “de encuentro barrial” en Victorica 2642. Para este vecino histórico, esta interacción vecinal “logra mantener viva la identidad” de Parque Chas, alejando la inseguridad y “defendiendo los espacios públicos, y evitando la construcción ilegal”. Por normativa edilicia, no está permitido que haya torres: todas las viviendas son chalets bajos, a excepción de dos edificios que fueron construidos durante la Dictadura Militar desoyendo la regla. En “El Laberinto” se hacen ferias en las que se apunta, más allá de lo comercial, a vincular a vecinos/as emprendedores o con pequeños comercios. “Vos tenés que hacer un regalo y sabés que una persona que vive a dos cuadras lo hace. O si se te rompe algo, sabes que otro lo arregla, se forman lazos desde lo cotidiano”, describe Grisafi.
En la parte deportiva, se destaca el Club “El Trébol”, situado en Gándara 2840. Esta institución tiene la particularidad de que su cancha se encuentra al aire libre, en la Plaza Éxodo Jujeño. Todo da lugar a que la institución sea defendida y sostenida por los vecinos general, independientemente de los socios. “Hay un gran sentido de pertenencia. Cuando se rompe algo, preguntamos quién tiene el material, nos lo ceden, se arregla. O la pintura por ejemplo, nos vienen a dar una mano vecinos”, relata Jorge Princic, su presidente.


“Esto trasciende la vida de club de barrio, es una comunidad”, aporta, sobre esta institución donde se practica boxeo y fútbol mixto, junto a taekwondo. En su salón funciona a su vez un centro de jubilados, lo que permite abarcar el “universo desde los más pequeños hasta los más grandes”, señala el directivo. Por la forma de sus calles, el barrio tiene muchas leyendas urbanas, destinadas a agrandar el mito de que cuando ingresa alguien no residente a Parque Chas, indefectiblemente se pierde. La más famosa fue elaborada las “Crónicas del Ángel Gris” de Alejandro Dolina, que invita a siquiera acercarse a suelo chasense. Allí se precisa que está “prohibido” dirigirse a la manzana formada por las calles Berna, Marsella, La Haya y Ginebra, y que si se lo hace, se termina en cualquier otro lugar fuera del barrio. El relato sostiene que distintos exploradores y especialistas han fallado en su intento de vencer esa creencia.


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