22/01/2024
Pasa inadvertido a un costado del bullicio. Se lo divisa coqueto y sintético. No ostenta, tal cosa no se contempla en su esencia proletaria. Son 160 casitas y un puñado de manzanas cuadriculadas con un óvalo en el medio. El Barrio Cafferata es una de las curiosidades ocultas de la Ciudad de Buenos Aires, emplazado en el corazón de Parque Chacabuco, el barrio “oficial” que lo cobija. Las avenidas José M. Moreno y Asamblea lo abrazan, haciendo vértice con Riglos y Estrada, las otras dos calles que lo delimitan.
Nació hace cien años como un barrio obrero. Durante mucho tiempo, a las viviendas que lo conformaban se las conocía como las “casitas baratas”. Ese fue el sentido para el que fue creado y satisfizo la demanda habitacional de las clases menos favorecidas.
“Es un country sin tranquera, donde todos los vecinos nos involucramos muchísimo en mantenerlo y preservarlo; estamos muy comprometidos con el barrio”, sostiene Ricardo Rodríguez, vecino que vive en el Cafferata desde hace 40 años y que, como todos los habitantes del lugar, se ufana del cuidado y de experimentar un profundo sentido de pertenencia.
Rodríguez vive a pocos metros de una propiedad de varias plantas y techo de teja, de estilo diferente al originario del caserío. En la década del noventa, ese frente fue uno de los más famosos del país, ya que era el que aparecía en la exitosa telecomedia Grande, Pa! En la recordada ficción de Telefe, esa casa era la que habitaba la familia encabezada por “Don Arturo”, el personaje al que le daba vida el actor Arturo Puig.
“Cafferata era el diputado cordobés, afiliado al Partido Demócrata, que impulsó la ley de las llamadas casas baratas, pero que, en realidad, no eran casas tan humildes”, explica Osvaldo José Gorgazzi, actual presidente de la Junta de Estudios Históricos del Barrio Parque Chacabuco, un apasionado estudioso de todo aquello que hace a los orígenes de su barriada. A su lado, Liliana Dávila, secretaria de la institución, confirma que “eran casas para obreros”.
La mayoría de las construcciones sufrieron modificaciones, sin embargo, aún es posible divisar algunas viviendas con su estructura y fachada originales, rasgos que permiten percibir que se trataba de propuestas habitacionales sin lujos, pero muy confortables y de estilo con reminiscencias inglesas. “No estaban destinadas para los obreros que cobraran el sueldo más bajo”, reconoce Gorgazzi.A pesar de esa realidad, el Barrio Cafferata fue producto de la Ley 9677 de “casas baratas para empleados y obreros”, también conocida como “Ley Cafferata” sancionada en 1915 y reglamentada en 1917.
Juan Félix Cafferata fue un médico y diputado cordobés, de extracción católica y conservadora, impulsor de varios proyectos de viviendas accesibles. El modelo lo había tomado de los “principios higienistas europeos del siglo XlX y en la necesidad de implementar una edificación barata”, según reza un minucioso artículo del primer boletín editado de Temas de Parque Chacabuco, publicación de la Junta de Estudios Históricos.Este tipo de iniciativas tenían que ver con valores del Partido Socialista, que impulsaba la construcción de casas para obreros sin intervención estatal y con sistemas cooperativos, tal como sucedió con la recordada “El hogar obrero”.
En Parque Chacabuco, además del Cafferata, se levantaron otros barrios anexos como el Butteler y el Mitre.
En el caso del Cafferata, la idea era que no lo habitase un solo gremio, lo cual le dio al barrio una idiosincrasia plural y variopinta. “Las casas no se regalaban, se pagaban a más de 25 años, en cuotas”, explica el presidente de la Junta de Estudios Históricos.
Inspirado en ese origen equitativo, algunos pasajes interiores fueron bautizados según los postulados de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad, aunque la primera arteria se terminó llamando República, ya que Libertad es una conocida calle del centro porteño.
El barrio se inauguró en junio de 1921 con una población estimada de 3000 habitantes. La luz la proveía la Compañía Trasatlántica Alemana de Electricidad y se calcula que el predio contaba con más de 53.000 metros cuadrados.
Una de las particularidades de las casas es que no tenían el habitual estilo de los hogares de bajo costo. En contraposición, las viviendas del Cafferata tenían reminiscencias rurales de la campiña inglesa, tal como también sucedía en algún sector de Lomas de Zamora y Banfield, donde se levantaron poblados similares.
Las viviendas podían ser individuales y separadas de la construcción vecina o gemelas, compartiendo medianera, siempre sobre un terreno importante. En la planta baja se ubicaba un estar, baño y cocina, mientras que en la planta alta se disponían otro baño y los dormitorios (40 viviendas tenían dos dormitorios y 120 unidades contaban con tres).
Todas las propiedades contaban con espacio para guardar automóviles y techo de tejas a varias aguas.
“Aquí vivió una descendiente de Bernardino Rivadavia”, explica Liliana Dávila. Hoy, el bandoneonista Carlos Buono, músico que paseó su música por buena parte del mundo, es uno de los ciudadanos ilustres del Cafferata.Algunos deportistas han pasado por el lugar y se dice que actualmente mora un ingeniero, mano derecha del presidente Alberto Fernández en cuestiones de infraestructura de la Casa Rosada.Así como algunos vecinos tuvieron o tienen notoriedad pública, no pocos son los actores y actrices que se acercaron para filmar series televisivas o películas. “Acá se hicieron innumerables publicidades, como algunas de Coca-Cola y también películas. El INCAA pedía autorización y se cerraba la circulación para filmar en los pasajes”, sostiene Ricardo Rodríguez, el vecino que celebra que aún sobre la puerta de su casa, la calle luzca sus coquetos empedrados.
Desde hace algunos años, el barrio está contemplado como área de protección histórica, rango que impide modificaciones que alteren su esencia. Y si los empedrados son la estrella de la vía pública, los jardincitos resplandecientes de flores y césped cortado al milímetro enorgullecen a los propietarios. Ante que el barrio fuese protegido, la mano insensible del hombre tiró abajo unas cuantas casas típicas.
Cruzar por Asamblea e internarse en el Cafferata es sumergirse en un tiempo pausado que bien podría sumarse a los movimientos slow que se desperdigan por el mundo. “Elogio de la lentitud”, pregonaba Carl Honoré. Algo de eso hay.Con tan solo caminar unos pocos metros hacia adentro, el silencio solo es interrumpido por el sonido del canto de los pájaros o, si se pasa cerca de la escuela Antonio Zinny, construida en base a una organización por pabellones, retumbará el sonido de los alumnos en el recreo.La escuela estatal de nivel primario está instalada en el centro del barrio, en un terreno oval muy particular e inusual en la topografía urbana de Buenos Aires. Amplia y sólida, la institución educativa es uno de los orgullos de los vecinos. En el ingreso y tras las rejas, un monolito recuerda a Juan Félix Cafferata.
“En este predio, antes que estuviera la escuela, se jugaban partidos de fútbol entre el equipo del barrio y sus rivales, llamados Sambomba”, sostiene el presidente de la Junta de Estudios Históricos. La secretaria de la institución también recuerda que “acá funcionaba un Club de Jardineros”.Cuando el Cafferata se levantó, este enclave del sur porteño era poco menos que una zona rural. Más allá, aún estaban los restos del polvorín que existía antes que Carlos Thays moldeara con gusto excelso el actual Parque Chacabuco.Un error conceptual merodea sobre el tango “Ventanita de arrabal” escrito por don Pascual Contursi. En su primera estrofa, la canción sostiene aquello de “En el barrio Caferata, en un viejo conventillo…”, que muchos reconocen inspirado en esta barriada, pero no es así. “Caferata con una sola ´f´, significaba, en lunfardo, rufián, pero nuestro barrio tiene ´doble f´, con lo cual aquel tango no tiene nada que ver con el lugar”, sostiene Osvaldo José Gorgazzi. Acá, de rufianes no hay vestigios. El Cafferata nació como un rincón familiar y lejos del mundanal ruido.
Ingresar al barrio de pasajes íntimos y casitas de colección es sumergirse en una dimensión que se contrapone al bullicio enfermizo de una ciudad que nunca apaga sus motores. “Haber sentido el círculo del agua en el secreto aljibe, el olor del jazmín y la madreselva, el silencio del pájaro dormido, el arco del zaguán, la humedad, esas cosas, acaso, son el poema”, sostuvo Jorge Luis Borges en El sur, uno de los tramos de Fervor de Buenos Aires, sin saber que aquellas letras bien le cabrían al sureño Barrio Cafferata, ese poblado de 160 casitas que se resiste a “progresar”.